La primera vez que no te quiero

–Tú no me quieres. No me has querido de verdad nunca. Déjame tranquila de una vez.
Y me dejó. Nunca más volvió a confundirse. A partir de entonces fuimos amigos de verdad.

Me hacía más pequeña para quererte, regresaba a una edad indefinida en la que las niñas esperan algo de los hombres: amor, protección y compañía.

Dañaba sin pretenderlo. Habría querido que los dos fuésemos uno, habría querido amarlo, pero no podía.

A pesar de mi dolor y de mi vacío le seguía amando. Dime con qué, si ya no existía.

Le amaba como nunca había amado, como no he vuelto a amar después.

Por fin, cuando mi hijo nació pude dejarte por completo en paz. Sencillamente, pude olvidarte. Su existencia me aportó de inmediato una dignidad de la que antes había carecido. Mi futuro hijo logró que posase definitivamente mis dos pies sobre la tierra y, ahora sí, consiguió que la encontrase muelle, acogedora, en absoluto amenazante.

Mis amigos y yo cambiamos la revolución por el psicoanálisis: Trotski y Lenin por los Armandos Primero y Segundo; Alejandra Kolontai y Rosa Luxemburgo por Melanie Klein y Fran^oise Doltó. El complejo de Edipo se convirtió en el centro del universo y el asesinato del padre en la metáfora perfecta para dar de lado lo que representaban nuestras respectivas familias.

Idealizar; pertenecía a una generación de idealistas que estaba sufriendo por sorpresa la caída sobre nuestros hombros del enorme peso de la realidad. El terremoto de lo real, de la desilusión y del desencanto, resquebrajaba la tierra bajo nuestros pies abriendo en ella grietas sin fondo.

El sacrificio de las mujeres, el deseo de conservarte como te había imaginado, de negar los datos, las demoras y las mentiras.

Qué son las esperanzas frustradas sino ocasiones para nuevos intentos?