Africa(na)s

Mientras,
Helena nos viste
para ir a la escuela.
Su marido le contagió de sida.
El mismo destino de
tantas mujeres de camioneros
y de mineros

A veces era como si todo lo que había aprendido en África, o casi todo, me fuera inútil. Afortunadamente, vuestra familia paterna me aceptó enseguida con los brazos abiertos.

A ella le gustaba el sexo. A la gente le costaba entender que una mujer lo deseara sin más, así que no malgastaba el aliento explicándoselo.

No siempre era fácil encontrar un espacio donde una mujer como ella pudiera estar, sin más. Una mujer sola en la barra de un bar que mirara al frente con firmeza, sin inmutarse por las miradas ajenas, parecía despertar gran desconcierto. Provocaba una cierta incomodidad colectiva.

De los estudios no espero nada, no hay manera de encontrar un trabajo decente.

Como decía alguien que ahora no recuerdo, el único modo de cambiar el mundo es cambiar el rumbo de la propia vida.

El proceso de conocimiento de una nueva cultura es largo, tan largo que no termina nunca.

—Solo quiero que sea fiel —insistió Iman—. Quiero que me quiera, solo a mí, para siempre.

Me pregunta en qué deidades creo yo y cuestiona si en ayé, oyá, obatalá. En ninguna, le digo, y se me saltan las lágrimas. Todas nos abandonaron.

Denles tiempo a las mujeres para arreglarse ¡y verán a Dios! ¡Déjenlas libres, déjenlas ser ellas mismas, déjenlas florecer!