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Jennifer Armentrout

La guerra de las dos reinas (Spanish Edition)

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Kesan

  • Jessica Floresmembagikan kesantahun lalu
    🚀Sangat menarik

    <3

  • Alison Reynosomembagikan kesan2 tahun yang lalu
    👍Layak dibaca
    🎯Bermanfaat
    💞Romantis

Kutipan

  • Lilen Altamiranomembuat kutipan3 hari yang lalu
    —¿Recuerdas lo que te dijimos en Evaemon?

    Negué con la cabeza, mis pensamientos demasiado acelerados como para empezar siquiera a recordar a qué podría referirse.

    Sus ojos captaron los míos, y el dorado centelleó a la luz de las estrellas.

    —Te has enfrentado a Demonios y a vamprys, a hombres con máscaras de piel humana. Has amilanado a atlantianos que querían hacerte daño, te has apoderado de ciudades enteras y me has liberado a mí —enumeró. Acarició mi mejilla—. Eres más que una reina. Más que una diosa a punto de convertirse en una Primigenia. Eres Penellaphe Da’Neer, y no tienes miedo a nada.

    Se me atascó el aire en el pecho.

    Kieran acarició mi otra mejilla, lo cual hizo que deslizara los ojos hacia él. Sonrió.

    —Y no huyes de nada ni de nadie.

    La emoción atoró mi garganta, igual que había pasado en Evaemon, sus palabras tan poderosas como el eather que vibraba en mi pecho.

    Tenían razón.

    Era valiente.

    Fuerte.

    Y no tenía miedo.

    Asentí y me giré hacia delante justo cuando Delano rozó mis piernas y varios de los wolven nos adelantaron en ademán acechante. Levanté la barbilla y cuadré los hombros. Mi corazón se asentó cuando coronamos las escaleras.

    Delano se quedó a mi lado cuando los demás wolven se abrieron en abanico, sus cuerpos lustrosos a la luz de la luna mientras serpenteaban entre las estatuas de piedra pálida que representaban a dioses arrodillados y bordeaban el camino que llevaba hasta ella.

    Enfundada en un medio abrigo, medio vestido ceñido color carmesí, la Reina de Sangre estaba de pie delante de un altar utilizado antaño para exhibir los cuerpos de los sacerdotes y las sacerdotisas. La corona de rubíes y diamantes centelleaba sobre su cabeza como las estrellas que inundaban el cielo, lo mismo que el rubí que perforaba su nariz y el ancho cinturón enjoyado que ceñía su talle, visible debajo de ambos lados de su abrigo. Sus labios eran tan rojos como su ropa y, mientras estaba ahí de pie, era tan preciosa como horripilante.

    Mi madre.

    Mi enemiga.

    No estaba sola. Callum estaba a su derecha, tan dorado como el mismísimo sol. Docenas de caballeros y guardias reales la flanqueaban y una fila de doncellas personales esperaba detrás del altar, pero una en particular llamó mi atención.

    Millicent iba vestida como las otras doncellas personales:
  • Lilen Altamiranomembuat kutipan3 hari yang lalu
    —¿Qué llevas en esa caja? —pregunté. Tawny arqueó una ceja.

    —Yo me estaba preguntando lo mismo.

    —Las coronas —repuso Netta, y me tendió la caja—. Poppy se fue sin ellas. No estoy segura de si de verdad se olvidó o si fue intencionado.

    Poppy se medio encogió de hombros.

    —Oh. —Tawny abrió mucho los ojos y me di cuenta de que habían empezado a recuperar un poco de color—. Ni siquiera las he visto.

    Levanté la tapa, gesto que vino seguido de la suave exclamación de Tawny. Los huesos dorados descansaban lado a lado, centelleando a la luz del sol que entraba a raudales por la ventana.

    —Son preciosas. —Tawny levantó la vista hacia Poppy—. Yo me la pondría todos los días y todas las noches. Incluso en la cama.

    Mis cejas se arquearon y pensé que todavía no le había hecho el amor a Poppy con la corona puesta. Una sonrisa perezosa empezó a reptar por mi cara. Los ojos de Poppy volaron hacia los míos. Kieran suspiró.

    —Le acabas de dar, supongo que sin querer, ideas a Cas.

    —Siento curiosidad por esas ideas —comentó Tawny mientras yo sacaba una corona.

    —No la tienes —se apresuró a decir Poppy.

    —Estate quieta un momento —le murmuré a Poppy mientras depositaba la corona sobre su cabeza—. Perfecta.

    Tawny observó a Poppy levantar la corona restante.

    —¿Están hechas de huesos de verdad?

    —Así es —repuse.

    —¿En serio? —Tawny ya no parecía tan enamorada de las coronas como hacía tan solo unos instantes.

    Poppy hizo una mueca cuando agaché la cabeza.

    —Intento no pensar en ello.

    —¿De quién son los huesos? —preguntó.

    —No creo que nadie conozca la respuesta a esa pregunta —dijo Kieran—. Todo lo que sabemos es que no son huesos de deidades. Hay quien cree que son los huesos de un dios.

    —O de un Primigenio —añadió Netta—. Pero solo revelan su verdadero aspecto cuando una deidad o un dios se sientan en el trono. —Hizo una pausa—. O un Primigenio.

    Poppy puso la corona sobre mi cabeza.

    —Ya está —susurró, los ojos centelleantes. Sus manos se demoraron un instante de más y nuestros ojos se cruzaron, y el maldito mundo entero pasó a segundo plano—. Ahora está perfecta.

    La emoción atoró mi garganta y comprimió mi pecho. No era la corona sobre mi cabeza lo que me había emocionado sino las manos que la habían colocado ahí.
  • Lilen Altamiranomembuat kutipan3 hari yang lalu
    El Demonio se tambaleaba a través de la densa neblina, sus ojos rojos como brasas desquiciados por el hambre, y su piel macilenta y a ronchas pegada al cráneo de milagro.

    —Ese… —Casteel rotó sobre sí mismo, sus movimientos tan elegantes como los de cualquier bailarín de las fiestas que se celebraban en Masadonia. Su espada de heliotropo cortó a través del aire con un silbido y seccionó la cabeza de un Demonio—. Es uno viejo.

    Viejo era quedarse muy corto.

    No tenía ni idea de cuándo se habría transformado este Demonio. Su piel estaba en tan mal estado como su ropa. Su boca se abrió para revelar varias hileras irregulares de colmillos. Aullando, el Demonio corrió hacia mí. Apreté bien la mano sobre mi daga de hueso de wolven y…

    Un veloz lobuno de pelaje castaño rojizo explotó de entre la neblina, aterrizó sobre la espalda del Demonio y lo derribó.

    —Oh, venga ya —refunfuñé—. Ese ya era mío.

    Una impronta con sabor a cedro y vainilla me llegó a través del notam. La risa de Vonetta flotó a través de mis pensamientos.

    Entorné los ojos en su dirección. Ni siquiera deberías estar aquí, regente.

    Su risa sonó más fuerte, más alegre, mientras desgarraba el pecho del Demonio con sus garras, directa a su corazón.

    Hice una mueca.

    —Eso es asqueroso.

    —No te preocupes, hay muchos más para que apuñales. —Emil agarró a un Demonio y lo empujó hacia atrás contra la corteza húmeda y grisácea de un árbol de sangre—. Porque están… por todas partes. Elige el que más te guste.

    Giré en redondo cuando un chillido perforó el aire. Distinguí las figuras de al menos una docena de Demonios más en la neblina.

    Tres días en la región más nororiental del Bosque de Sangre y esta era la primera vez que nos cruzábamos con una horda de este tamaño. Habíamos visto a unos pocos Demonios aquí y allá; media docena juntos, como mucho. Pero el día de hoy… ¿o era la noche? Era difícil de decir tan profundos en el bosque, donde el sol era incapaz de penetrar y la nevisca era una compañera constante, pero daba la impresión de que habíamos dado con una de sus guaridas.

    Salté a un lado mientras Naill acababa con uno que pareció brotar del suelo.
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