El uso de la foto

La extrañeza de dormir por primera vez con un hombre. Pertenezco sin duda a la primera generación de mujeres que conocen más la sorpresa renovada de las camas aleatorias que la costumbre del lecho conyugal

los despojos de una fiesta ya remota. Reencontrarlos a la luz del día, era volver a sentir el tiempo.

De esta foto, me gusta en especial el desorden: acabamos de desayunar, las sábanas están arrugadas, las almohadas cansadas. En la cama, justo delante del escritorio, sin duda la bata de seda negra de A., que lleva en otras dos fotos donde se la ve igualmente con su peluca.

En una novelita de Maupassant, una criada, para confesar que se ha acostado con el granjero, su señor, declara simplemente: «Hemos mezclado los zapatos». Un día, M. y yo, dejaremos de mezclar los nuestros.

Busqué una forma literaria que contuviera toda mi vida. Aún no existía.

A lo mejor, también, es porque solo podía hacerlo con aquel hombre en aquel periodo de mi vida.

Ya no estoy en la realidad que suscitó mi emoción y luego la foto de aquella mañana. Es mi imaginario el que descifra la foto, no mi memoria.

Tácitamente, a continuación, como si hacer el amor no bastara, como si hiciera falta conservar su representación material, seguimos tomando fotos.

vi, dispersas por las baldosas del pasillo, al sol, las prendas de vestir, la ropa interior, los zapatos, sentí una impresión de dolor y belleza. Por primera vez, pensé que había que fotografiar todo aquello, ese conjunto nacido del deseo y el azar, condenado a la desaparición.

Inexorablemente soy un cuerpo en el tiempo.