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Francois Mauriac

Thérèse Desqueyroux

  • Dianela Villicaña Denamembuat kutipan11 hari yang lalu
    ¿Quién eres, Thérèse? ¿Qué esperas? ¿Qué ves en tu padre, en tu marido, en el abogado? ¿En qué crees? ¿Qué sientes? Me fascinó el contraste entre el mundo exterior —tranquilo, resguardado por las apariencias, las convenciones sociales y los modales, en el que los intereses de los hombres determinan el destino de las mujeres—, y el interior de Thérèse —sacudido por unas ansias de libertad, una insatisfacción vital, un deseo voraz, una frustración, un odio y una pasión irreprimibles—
  • Dianela Villicaña Denamembuat kutipan12 hari yang lalu
    No se puede decir que ponga mala voluntad —decía Balionte a Balion—. Hace lo que puede. Monsieur Bernard sabe cómo enderezar a los perros malos. ¿Sabes, cuando les pone el «collar de fuerza»? A esta no ha tardado en volverla una perra sumisa. Pero igualmente haría bien en no fiarse…
  • Dianela Villicaña Denamembuat kutipan12 hari yang lalu
    —Ya que la veo… le comunico que mi presencia aquí ya no es necesaria. Hemos sabido crear en Saint-Clair una corriente de simpatía; la creen, o fingen creerla, un poco neurasténica. Se comprende que prefiere vivir sola y que yo la venga a ver a menudo. En adelante la dispenso de la misa…
  • Dianela Villicaña Denamembuat kutipan25 hari yang lalu
    La voz de Thérèse se elevó:
    —No hubo víctima.
    —He querido decir: víctima de su imprudencia, señora.
  • Dianela Villicaña Denamembuat kutipan25 hari yang lalu
    El éxito de público y crítica de El desierto del amor (1925), así como el Gran Premio de Novela que le otorga la Academia Francesa en 1926 afianza, a sus cuarenta años de edad, la labor literaria de Mauriac, en la que pocos de sus allegados confiaban —«algunos miembros de mi familia empezaron a creer que entraba dentro de lo posible el que yo llegase a hacer lo que se llama una buena carrera» (OC, v. I, pág. ١٢)—.
  • Emanuel Bravo Gutiérrezmembuat kutipan7 bulan yang lalu
    hablaba y hablaba para no tener que intentar oír nada, casi siempre anécdotas siniestras de los aparceros que cuidaba, a los que velaba con una lúcida devoción: viejos abocados a morir de hambre, condenados al trabajo hasta la muerte, enfermos abandonados, mujeres esclavizadas por extenuantes tareas. Con una especie de alegría, tía Clara citaba en su dialecto inocente sus palabras más atroces. En realidad, solo me quería a mí, que ni siquiera la veía ponerse de rodillas, desatarme los zapatos, quitarme las medias, calentarme los pies con sus viejas manos»
  • Emanuel Bravo Gutiérrezmembuat kutipan7 bulan yang lalu
    ¿No sientes que la vida de la gente de nuestra clase se parece terriblemente a la muerte?
  • Emanuel Bravo Gutiérrezmembuat kutipan7 bulan yang lalu
    Ella había contado los meses hasta ese nacimiento, hubiera querido conocer a un Dios que le concediera que esa criatura desconocida, mezclada aún con sus entrañas, no se manifestara jamás.
  • Emanuel Bravo Gutiérrezmembuat kutipan7 bulan yang lalu
    Una noche en París, donde se detuvieron en el camino de regreso, Bernard salió ostensiblemente de un music-hall cuyo espectáculo lo había escandalizado: «¡Pensar que los extranjeros ven esto! ¡Qué vergüenza! Y es por esto, por lo que nos conocen…».
  • Emanuel Bravo Gutiérrezmembuat kutipan7 bulan yang lalu
    Si ellas no tienen nada más en común, al menos que tengan esto: el hastío,
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