Afortunadamente, pues, el candoroso estudiante se topó con el marqués de Montriveau, el amante de la duquesa de Langeais,
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Son unas infames y unas bribonas; abomino de ellas, las maldigo; me levantaré por las noches de mi ataúd para volver a maldecirlas
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Vaya de una vez, dígales que si no vienen es un parricidio
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Sus hijos me vengarán
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Nunca supieron intuir nada de mis penas, de mis dolores, de mis necesidades, tampoco intuirán que me muero; si ni siquiera entienden mi amor
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Soy el único culpable de los desórdenes de mis hijas, las estropeé a fuerza de mimos
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Dios cometería una injusticia si las condenase por mi culpa. No supe comportarme, cometí la bobada de abdicar de mis derechos
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Toda la culpa la tengo yo, las acostumbré a que me pisotearan. Me gustaba
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Pero ¿es que no saben que cuesta caro pisotear el cadáver de un padre? Hay un Dios en el cielo para vengarnos, lo queramos o no, para vengar a los padres. ¡Ay, sí que vendrán!
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as quería tanto que volví a las andadas, igual que un jugador vuelve al juego. Mi vicio eran mis hijas; eran mis amantes, ¡lo eran todo, vamos!