Misia, como todo ser humano, nació fragmentada, incompleta, a pedazos. Todo eran partes independientes: la mirada, el oído, el entendimiento, el sentimiento, la intuición y las sensaciones. Su pequeño cuerpo se hallaba dominado por impulsos y por instintos. Todo el futuro de Misia debía consistir en recomponer aquella vida y en permitir, posteriormente, su descomposición.