Quinn Mannion no tenía ninguna duda de que Laura Maclane era una oportunista sin escrúpulos. ¿Qué otro motivo habría explicado que su anciano padrino hubiera decidido legar una fortuna en su testamento a una mujer joven y atractiva como ella…? Laura nunca había querido el dinero de Alexander Harrington… ¡sino solo llegar a conocer al padre que nunca había tenido! Como por desgracia Alexander había fallecido, ¿quién habría podido creer que era su hija? Quinn no, desde luego. Disgustada por su actitud, Laura no pudo evitar representar el papel de amante que él le había atribuido. Y ese fue el problema. Aunque Quinn la despreciaba… ¡resultaba cada vez más claro que estaba dispuesto a recibirla con los brazos abiertos en su cama!