La conclusión es que, con la excepción admirable de los griegos, hasta la época de Copérnico, la sabiduría, y por ende la física, estuvo en manos de creyentes, ya fuera en las madrazas o madrasas, en los monasterios, en los conventos o en las universidades. Creyentes fueron también los árabes, tanto los Abasíes como los andalusíes. A pesar de que los monasterios dieron paso a las universidades, cambiando los cenobios por las cátedras y los hábitos por las togas, los profesores universitarios fueron también religiosos. La creencia en Dios estaba tan arraigada que a nadie se le ocurría pensar que la física y el mundo no fueran obra suya. Y si algún “díscolo” lo pensaba, se lo calló. La fe en aquellos tiempos estaba “petrificada” y asumida como algo evidente, una cuestión que ni siquiera cabía plantear. No solamente esto era así, sino que la gran mayoría de los pensadores eran religiosos: canónigos, frailes, obispos, cardenales, etc.
Estos pensadores que hemos citado, y muchos otros que podríamos citar, jugaron un papel muy importante como preparación y germen de la ciencia del Renacimiento