González Ana

Lo más distintivo de la educación universitaria aparece reflejado, más bien, en la primera de las leyendas apuntadas: entra para adquirir sabiduría; bien entendido que la sabiduría de la que hablamos aquí no es pura y simplemente una sabiduría práctica, adaptada al logro de los propios fines —una sabiduría como la que cualquier persona está llamada a adquirir si quiere dirigir con acierto su vida—, ni tampoco la mera acumulación de conocimientos, si falta la capacidad de contextualizarlos, y de penetrar su último sentido.

Como muestra Platón en el Fedro, la verdad es difícil[3]: no se llega a ella sin esfuerzo; impone una disciplina, no solo metodológica, sino conductual, que reclama constancia y humildad, disposición a aprender de otros y con otros.

«Transmitir a otros la ciencia de lo que uno ha contemplado»: así describía Tomás de Aquino la tarea del maestro[4]: transmitir la ciencia que hemos adquirido personalmente.

Un colega mío solía decir que en la época de Twitter y Whatsapp es prácticamente imposible que nadie sea un marxista con fundamento, porque son minoría las personas que soportan leer seguidas dos páginas de El Capital.

Solo quien se empeñe seriamente en el estudio de cualquier disciplina está en condiciones de comprender hasta qué punto el conocimiento es difícil y diferente de la mera opinión.

Robos, violaciones, asesinatos y nadie se entera de nada.