Juan Rodolfo Wilcock

Así pasé la noche, maldiciendo la estúpida idea que había tenido de salir de casa para ver si el contacto con mis semejantes me revelaba el sentido del universo

si bien es cierto que nadie es lo que quisiera ser, también es cierto que son muy pocos los que saben lo que realmente quisieran ser

Alguien podría objetarme que ya la fiesta en sí era una imagen desordenada de la vida, y que por lo tanto bastaba dejarlos que hicieran lo que quisieran, para que ellos mismos, sin ayuda de nadie, se encargaran de crear el caos, de difundirlo y de mantenerlo

Porque muchas veces procedemos obedeciendo a impulsos no formulados, y solo cuando nos detenemos a pensar en los motivos de ciertos actos nuestros, al parecer inexplicables, logramos —aunque no siempre— vislumbrar la secreta finalidad que nos induce a cometerlos.

Mi método consistía, ni más ni menos, en una imitación, solo que mucho más confusa, de la vida: si la única realidad de la vida era el azar, la intrascendencia, la confusión y la continua disolución de las formas en la nada para dar origen a nuevas formas igualmente destinadas a la disolución, no hacía falta exprimirse el cerebro inventando artificios: bastaba ofrecer a mis huéspedes una imagen tolerable de la vida que nos rodea, un poco más desordenada que de costumbre, para sumirlos en el caos

la angustia de todos los que intentan forzar el destino, un juego muy semejante al de la ruleta, imprevisible y a menudo insatisfactorio

—¿Qué quieres de mí? —le preguntó—. ¿Por qué no me dejas en paz?
—Todas las mujeres eligen a un hombre —dijo Kundry—, y yo te elegí a ti

La tercera y última prueba fue mucho más explícita. La misma línea decía ahora Orán 834 Marzo 17 y desolado el pelo. Decididamente, eso, que ni siquiera merecía un nombre, había tomado la forma de una cita. La fecha correspondía al día siguiente, y era el día del examen de Cornet

La edad no se pregunta, porque se ve. Es como preguntarle a uno cuánto pesa, para saber si es gordo

el miedo luchaba contra la esperanza, pero la esperanza triunfaba siempre