Para mí, escribir es pelear, pelear contra todo y contra todos, y lo más, pelear en mi contra —y sé bien lo que digo, no hay ingenuidad ni jactancia barata—. Y como de muchos modos me amo y me detesto sin pudor ninguno, no quiero que la derrota me venga de afuera. Y así, amo y detesto a la gente de aquí, a esta tierra, mi gente, mi única tierra. Debo, quiero, tengo que escribir por ellos, contra ellos. Vanidad, soberbia, ciertamente. Porque amor sin soberbia no es amor, sino andar de pedigüeño; y la soberbia es condición primera del escritor, antes que el don y la aplicación; en ella envuelve su quebrazón original, su gratuidad, la personalísima y creciente sospecha de ser innecesario. Si le quitas la soberbia, lo haces pordiosero.