Carles Andreu

  • Dianela Villicaña Denamembuat kutipantahun lalu
    libro, grueso a pesar de que las páginas eran de papel cebolla, contenía veintidós años de la vida de Esther, contados por Russell Birch y luego, tras la muerte de Russell, por su hijo menor, Morgan, que por entonces era ya un hombre realmente viejo. Era lo más delicioso que hubiera leído jamás y eso que pensaba que no había nada mejor que Nancy Drew... Días después de la comunión, los pensamientos sobre Dios se habían desvanecido ya de su mente, pero cada vez que leía el Libro de Esther era como si volviera a arrastrarse a esa cueva
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    Alfonse había hecho saber que no era africano sino melungeon (con sangre holandesa e india, y algo de portuguesa, seguramente más caucásico que algunos de los hijos de la Confederación), pero eso a los blancos les traía sin cuidado: para ellos, la piel morena era tan negra como cualquier otra.
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    —No me verás derramar una lágrima. Motty era más mala que un escorpión
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    Porque la capilla no es una casa de muñecas, sino una casa de... No es un lugar para que los niños anden correteando
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    Primer volumen de una nueva revelación

    del Dios de la Montaña
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    —Sunny... ¿está bien?

    «Bien.» Por aquellos lares aquella palabra podía significar muchas cosas. Abby se quedó un momento pensando.

    —Todavía es una niña —contestó finalmente
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    Aquellos hombres eran los ancianos de la iglesia del Dios de la Montaña, sus tíos y primos, todos Birch de sangre. Y ella era su reveladora
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    Los cuellos y las mangas estaban bordados con símbolos extraños: medias lunas y estrellas, ojos humanos y balanzas
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    —Y cuando Clara hubo ofrecido su regalo, el Dios de la Montaña dijo: «El día que salga a la luz...» —recitó Hendrick con esa misma voz aterciopelada.

    —... el mundo conocerá mi nombre —respondieron los tíos al unísono.

    —Y daré a mis hijos... —añadió Hendrick.

    —... un cuerpo —entonaron los hombres—, eternamente en flor
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    —Para que el veneno de este mundo... —dijo Hendrick elevando la voz.

    —... nunca nos corrompa —respondieron los tíos.

    —Amén —dijo Hendrick
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