Confieso que la conducta de esa mujer ha sido calculada para hacer desaparecer esa idea; no he percibido en ella la más mínima impropiedad —ni asomo de vanidad, de pretensión o de ligereza— y es tan sumamente atractiva que no me extrañaría que él estuviera encantado con ella, de no haber sabido nada antes de conocerla personalmente; pero, contra toda razón, contra